La Buñolería-churrería de San Ginés abrió en 1894 en el pasaje del mismo nombre. Su fama empezó cuando la gente a la salida del teatro acostumbraba a tomar un chocolate con churros. La Chocolatería es mencionada en la obra «Luces de Bohemia» de Valle Inclán.
Hoy la chocolatería de San Ginés abre todos los días del año y el éxito de su chocolate con churros es el resultado de siglos de tradición. Cada día pasan por su puerta cientos de personas para degustar el mejor chocolate con churros de la capital.
La Chocolatería de San Ginés, ya se ha internacionalizado y ha llegado a Tokio, Shanghai y continúa su expansión por México y Argentina, teniendo próxima apertura en Miami. En vista de su buena acogida, su objetivo es el de continuar expandiéndose por otros lugares del mundo hasta convertirse en una cadena a nivel global.
La Chocolatería de San Ginés situada a medio camino entre la Puerta del Sol y el Teatro Real, en pleno centro de Madrid, es una de las chocolaterías más antiguas de la capital. Fundada en 1894 fue conocida durante la Segunda República como «la escondida» por su particular ubicación en el pasadizo de San Ginés, un callejón apartado de todo el bullicio. A pesar de estar fuera de la vista de los viandantes, la chocolatería adquirió una fama sin precedentes. Pese a que hoy figura en todas las guías turísticas de la ciudad, en su momento fue un establecimiento que frecuentaba la bohemia y los eruditos de la literatura y las artes.
En las primeras décadas del siglo XX recibió el sobrenombre el El Maxim´s golfo porque al cerrar todos los cafés de la Puerta del Sol era el único establecimiento abierto donde se podía tomar algo caliente y recién hecho. En esta chocolatería, Ramón María del Valle-Inclán situó la Buñolería Modernista, que aparece citada en Luces de Bohemia (1920) y Benito Pérez Galdós, aludió al Arco de San Ginés en la segunda serie de los Episodios nacionales (1875-18779).
Su acogedor interior de madera, a la tenue luz de sus lámparas, recuerda que allí se han dado cita historias de clientes procedentes de todas partes del mundo. El verde de sus paredes contrasta con el mármol blanco de las barras y mesas en este local que abrió sus puertas en 1890 para que fuera un mesón y una hospedería hasta que, cuatro años más tarde, se dedicó a chocolatería. El establecimiento recuerda a los cafés de finales del siglo XIX con sus dos plantas; el salón principal y el piso bajo, al que llaman «el salón de tertulias». Hoy, el local está lleno de fotografías de clientes, visitantes famosos y personajes ilustres que han pasado por el local, como prueba de que, a la hora de tomarse un chocolate con churros, no hay diferencias entre políticos, artistas, músicos o personas anónimas. Pocos pueden resistirse a una de las tradiciones madrileñas mejor conservadas.
El producto más popular de San Ginés es el chocolate, que se elabora con receta propia y que se puede comprar en paquetes para llevar, algo que en 2014 hicieron 10.000 clientes. Se trata de un chocolate muy especo y sabroso, ideal para degustar con los otros dos productos de fama del local: los churros y las porras.
Su apertura las 24 horas del día y los 365 días del año hace posible que en el local se reúnan muy diferentes personas, especialmente a desayunar o merendar, los momentos más reclamados por el público fiel para tomar un chocolate con churros. Eso no impide que el local esté animado a cualquier hora. Muestra de ello son los cerca de 4.000 churros diarios que producen en una jornada normal.
La Buñolería-churrería de San Ginés abrió en 1894 en el pasaje del mismo nombre. En el Madrid del siglo XIX había buñolerías por todas partes, ya que era un tentempié muy solicitado por los madrileños. Hoy la gente que busca un tentempié se compra una hamburguesa, pero en los siglos pasados se solía adquirir un cucurucho de buñuelos de bacalao o de espinacas.
El escritor Valle Inclán se fijó en este establecimiento y lo nombró como «buñolería modernista» en su obra «Luces de Bohemia».
La costumbre de tomar chocolate en Madrid es tan antigua como el descubrimiento de América, que fue cuando los españoles nos maravillamos con este producto. De hecho, el chocolate fue la bebida favorita de nuestras gentes hasta que en el siglo XX se impuso el café.
En el antiguo Madrid era frecuente la existencia de chocolateros ambulantes que vendían esta bebida reconstituyente, especialmente en la Puerta del Sol. Los paseantes y la gente que trabajaba de noche se acostumbraron a tomarlo en las frías madrugadas y de ahí vendría la costumbre de terminar las juergas nocturnas tomando chocolate, una costumbre que alcanza su apogeo en la noche de fin de año.
No es poca la historia que recoge este singular callejón o pasadizo, de apenas sesenta metros de longitud y que siempre fue peatonal debido a su poca anchura.
El pasadizo de San Ginés comienza en la calle del Arenal y termina en la plazuela con el nombre de ese santo, coincidiendo toda su fachada del lado derecho con el lateral de la iglesia de San Ginés de Arlés (s. XVII), cuyo arquitecto fue Juan Ruíz.
La mayor curiosidad de este pasadizo radica en la bóveda o arco que se encuentra adosada al muro del templo y a la casa número 5, siendo el lugar donde finaliza la vía. Según Pedro de Répide Gallegos (1882-1948) hubo allí un túmulo funerario que servía a la iglesia para los aniversarios y exequias.
También en este pasadizo estuvieron los telares y la primera prensa calandria de Madrid en la fábrica de holandillas, para darles lustre propiedad de Francisco García Navas, allá por la primera década del siglo XVIII.
El más antiguo de los establecimientos que aún existe en este pasadizo se sitúa en su número 2 y es la hoy llamada Librería San Ginés. Adosada al muro de la iglesia y haciendo esquina con la calle del Arenal, hay noticia de este «puesto de libros» en la prensa del año 1805, aunque con toda probabilidad es anterior. Siempre fue y hoy continúa siendo una librería de lance.
Conocemos por los periódicos que el Ayuntamiento de Madrid en el año 1899 concedió licencia a Francisco Irwedra para el puesto de libros de San Ginés. Más tarde, en el año 1922, el propietario de la librería ya era Antonio Sánchez y doce años después el mismo negocio para a llamarse Librería Rubiños. Pero ahí sigue con sus anaqueles de madera y tejadillo, resguardados por persianas, y su caseta-despacho para que el librero no pase frío en invierno.
El sábado 30 de septiembre de 1871 se inaugura el Salón Eslava, en el pasadizo de San Ginés, número 3. El edificio, propiedad de Bonifacio Eslava y diseñado por el arquitecto Bruno Fernández de los Ronderos resultó un precioso teatro con dos plantas, platea y principal, y reunía especiales condiciones acústicas y de perspectiva. Hermosamente decorado por los artistas: Ferri, Foreti y Vallejo, fue inicialmente una sala para conciertos.
En la parte baja del teatro y también con entrada por el pasadizo de San Ginés, número 3, estuvo el café de Granada.
El café de Granada fue inaugurado a la vez que el Salón Eslava. Era espacioso, pues contaba con una superficie de 7.000 pies, tenía una profusa iluminación y estaba decorado por el pintor-escenógrafo Antonio Bielza. Sus escaleras anchas y elegantes daban paso al teatro sin necesidad de salir a la calle.
Este café alcanzó gran celebridad por ser citado en «El tango de la Menegilda» de la zarzuela «La Gran Vía» de Federico Chueca, Joaquín Velarde y Felipe Pérez, estrenada en el año 1886.
En el año 1881 el negocio se remodeló convirtiéndose en Teatro Circo Eslava, desapareciendo el café Granada para anexionar su espacio a la sala de espectáculos.
Otro de los establecimientos que más importancia tuvo en el pasadizo de San Ginés fue el instalado en el año 1884 por Lázaro López, que vino a abrir una sucursal de su bodegón «Le petit Fornos» situado en la calle de Capellanes, número 1 (hoy calle del Maestro Victoria).
Lázaro, industrial hotelero, se marchó a París en el año 1884 para estudiar repostería y cocina en el Grand Hotel, nada más inaugurar su nuevo negocio del pasadizo de San Ginés, número 5. El local se convertiría, a su retorno, en un restaurante de menús muy variados inaugurando un comedor para sesenta cubiertos en el piso principal de la finca.
En el año 1888 el restaurant se amplió con la Fonda de Lázaro López, que se hizo muy popular y en la que el viajero puede comer a la hora que tenga por conveniente.
El día 28 de junio de 1903, a las 4 de la tarde, Lázaro López aparece muerto en una habitación del primer piso de su fonda, donde vivía con sus hijos y con otros familiares. Víctima de una grave enfermedad detectada pocos meses antes de su muerte, el hostelero fue encontrado muerto sentado sobre una mecedora y con un revólver en el suelo. Se había disparado en la sien derecha sin dejar ninguna nota o carta explicativa.
El último de los antiguos negocios que hoy prosperan en el pasadizo de San Ginés es la famosa chocolatería.
La Chocolatería de San Ginés abrió al público en el año 1894 como churrería (buñuelos, churros y porras que entonces se realizaban de forma manual).
Tuvo el apodo de «El Maxim´s golfo» durante los años veinte del siglo pasado, según el periodista César González-Ruano, porque al cerrar todos los cafés de la Puerta del Sol era el único establecimiento abierto donde poder tomar algo caliente y recién hecho.
Durante la II República se llamó «La Escondida», por su ubicación en el recóndito pasadizo y poco a poco fue ocupando lo que antaño era el bodegón de Lázaro López.
Hoy es, tal vez, la chocolatería más antigua de Madrid.